Cuando en 2013 el FBI entró en la casa de Pei-Shen Quian, un artista callejero chino de 73 años que vivía en Queens (Nueva York), no imaginaban que estaban a punto de descubrir al mayor falsificador mundial de arte de las últimas décadas. Con la única ayuda de unas fotografías de pinturas famosas, copió decenas de obras maestras con las que timó más de 70 millones de euros a coleccionistas de todo el mundo.
Cuando en 2013 el FBI entró en la casa de Pei-Shen Quian, un artista callejero chino de 73 años que vivía en Queens (Nueva York), no imaginaban que estaban a punto de descubrir al mayor falsificador mundial de arte de las últimas décadas. Con la única ayuda de unas fotografías de pinturas famosas, copió decenas de obras maestras con las que timó más de 70 millones de euros a coleccionistas de todo el mundo.
Esos restos biológicos se colocan primero en una etiqueta que va pegada al cuadro o escultura. El contacto hace que, con el tiempo, esa información genética acabe transfiriéndose por sí sola a la obra. De esta forma, aunque alguien quite la etiqueta, cada pieza llevará siempre consigo impresa una firma biológica invisible. Bastará un sencillo análisis para comprobar en la base de datos su autenticidad.
Según sus creadores, el sistema hace imposibles las falsificaciones ya que si alguien intentara copiar ese ADN para ponérselo a otra pieza, dejaría inevitablemente marcas microscópicas en la obra que delatarían el intento de fraude.
Barajaron incluir ADN del artista pero lo descartaron por ser poco seguro. Un delincuente podría seguirle hasta una cafetería para coger su taza con saliva.
En un principio los investigadores barajaron la posibilidad de incluir el ADN del propio artista como firma, sin embargo descartaron la idea por ser poco segura. Cualquier delincuente podría conseguir la información genética de un pintor: bastaría con seguirle hasta una cafetería para coger su taza impregnada de saliva o hacerse con uno de sus cabellos. La creación en el laboratorio de un ADN sintético evita además otro peligro, según cuenta Mercedes Alemán, directora del centro de investigación genética Cefegén: “El ADN de una persona contiene información muy privada, como la propensión a ciertas enfermedades, e incluirlo en cada obra atentaría contra la intimidad del artista”.
Para los expertos, sin embargo, el sistema genera algunas dudas. La doctora Alemán confirma que crear ADN “artificial” en el laboratorio es relativamente sencillo de hacer, pero no ve claro cómo lograrán conservarlo a largo plazo:
“Los restos biológicos impregnados en la obra tienen que estar muy protegidos si se quiere que duren muchos años. Si alguien toca esa zona podría contaminar la muestra y resultar imposible de analizar”.
Rafael Canogar, uno de los principales representantes del arte abstracto español y víctima de varias falsificaciones, asegura que estaría dispuesto a introducir este nuevo sistema en sus cuadros:
“Hoy día la tecnología permite falsificarlo todo, así que si ayuda a terminar con ese mercado negro, bienvenido sea. Especialmente si no deja ninguna marca en la obra”.
El proyecto, aún en desarrollo, tiene previsto ponerse en marcha en 2016 y ha sido financiado con 1,7 millones de euros por la empresa ARIS, especializada en asegurar obras de arte. La falsificación supone un problema cada vez más preocupante y que cuesta miles de millones de euros a los profesionales del mercado del arte. Según el Global Centre for Innovation, entre el 25% y el 40% de las obras de arte que se venden en todo el mundo resultan ser falsas y la cifra crece sin parar por culpa de las nuevas tecnologías.
Según Mercedes de Miguel, directora de la casa de subastas madrileña Segre, ha mejorado tanto la calidad de las copias que los expertos lo tienen cada vez más difícil para garantizar la autenticidad de un cuadro:
“A veces un especialista reputado dice que tu obra es auténtica, pero luego aparece otro que lo niega. Eso genera una incertidumbre que hace que no podamos ponerlo a la venta. Con el ADN el problema se resolvería en segundos”.
El precio de cada firma de ADN será de 130 euros, extremadamente barato según de Miguel:
“A nosotros nos puede costar hasta 3.000 euros conseguir un certificado de autenticidad. Por no hablar de cuadros de primer nivel mundial. Con ellos salir de dudas llega a valer millones en estudios e informes”.
Pese a todo, Canogar, artista veterano, se toma la noticia con calma:
“Me recuerda mucho a El Greco, que ya en el siglo XVI utilizó su huella dactilar como firma en uno de sus cuadros”.
Aquello no evitó que lo falsificaran, así que el tiempo dirá si el ADN es la solución definitiva.
Luis Pérez dice:
¡A mi también me agradó!
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